
SANTO DEL DÍA
SAN JUAN CLÍMACO
San Juan nace en Palestina, se formó leyendo los libros de San Gregorio Nacianceno y de San Basilio. A los 16 años se fue de monje al Monte Sinaí. Después de cuatro años de preparación fue admitido como religioso. El mismo narraba después que en sus primeros años hubo dos factores que le ayudaron mucho a progresar en el camino de la perfección. El primero: no dedicar tiempo a conversaciones inútiles, y el segundo: haber encontrado un director espiritual santo y sabio que le ayudó a reconocer los obstáculos y peligros que se oponían a su santidad. De su director aprendió a no discutir jamás con nadie, y a no llevarle jamás la contraria a ninguno, si lo que el otro decía no iba contra la Ley de Dios o la moral cristiana. Cuando ya tenía más de 70 años, los monjes lo eligieron Abad o Superior del monasterio del Monte Sinaí y ejerció su cargo con satisfacción y provecho espiritual de todos. Cuando sintió que la muerte se acercaba renunció al cargo de superior y se dedicó por completo a preparar su viaje a la eternidad. Y al cumplir los 80 años murió santamente en su monasterio del Monte Sinaí. Jorge, su discípulo predilecto, le pidió llorando: “Padre, lléveme en su compañía al cielo”. El oró y le dijo: “Tu petición ha sido aceptada”. Y poco después murió Jorge también.
Evangelio del día
San Lucas 15, 1-3. 11-32
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».
Palabra del Señor
MEDITACIÓN
- En este día del Señor, el Evangelio nos trae una hermosa reflexión para nosotros, en donde conocemos el amor de un Padre y donde nos vemos reflejados en aquel hijo prodigo perdido y hallado, san Josemaría Escriva nos dice: , “la vida humana es, en cierto modo, un constante volver hacia la casa de nuestro Padre. Volver mediante la contrición, esa conversión del corazón que supone el deseo de cambiar, la decisión firme de mejorar nuestra vida, y que —por tanto— se manifiesta en obras de sacrificio y de entrega. Volver hacia la casa del Padre, por medio de ese sacramento del perdón en el que, al confesar nuestros pecados, nos revestimos de Cristo y nos hacemos así hermanos suyos, miembros de la familia de Dios”. Que pasaje bíblico tan conmovedor y profundo, hablándonos de perdón, de amor incondicional de un Padre, y de la alegria de reconciliarnos al volver a casa arrepentidos y necesitados de misericordia.
- Volver al Padre nos permite sentirnos en paz, pues siempre Dios nos espera con los brazos abiertos, sin condiciones ni prejuicios, la parábola nos revela que Papito Dios no le importa nuestro pecado, sino nuestro regreso, nuestro retorno a la vida, hoy podemos ser como aquel Padre que espera con alegría en su corazón a quienes sean equivocado, ¿si Dios no es duro de corazón con nuestras caídas, porque lo somos nosotros?, o podemos hoy ser hijos pródigos que reconocen sus debilidades y arrepentidos vuelven a casa.
- Un día un sacerdote en confesión me dijo: ¿la alegría de Dios Padre es porque una oveja vuelva al redil o porque noventa y nueve queden en casa?, la alegría más grande es porque volvamos a casa, que amor tan profundo, debemos amar a los demás con apoyo mutuo como lo hace el Padre siempre dispuestos a perdonar y acoger, esta alegría de amar, de esperar, debe ser el motor que nos impulse cada día a superar nuestros desafíos.
PRÁCTICA DIARIA
- Buscar el perdón y la reconciliación por medio del sacramento de la confesión.
- San Juan Clímaco nos dice: “Deja que tu oración sea completamente simple, porque tanto el públicano como el hijo prodigo se reconciliaron con Dios con una sola frase”.